Razones para no comprar un barco

UN COMENTARIO HABITUAL entre los propietarios de barcos es: «¡No te compres nada que flote!». Pasado el desahogo inicial, concretan: «No sabía que tendría que dedicarle tanto tiempo a la lista interminable de cosas que hay que atender»; o: «Imaginaba que sería caro, pero no tanto».

Vaya por delante que nuestra intención no es desalentar a nadie. Hay muy buenas razones para dar el paso de comprar un barco y convertirse en armador, pero también para olvidarse de ello. Las últimas las exponemos en esta entrada.

Dedicación

Para empezar, en un barco siempre hay algo que hacer. A menos que nos guste la mecánica y el bricolaje, más vale tomarse con calma los trabajos de mantenimiento y los contratiempos: cuando no tengamos que volver a pintar el casco («¿pero ya ha pasado un año?», nos preguntaremos) tendremos que prestar atención al motor, la jarcia o los malos olores procedentes del retrete.

Llegado el momento de enfrentarnos a alguno de estos asuntos, las cosas podrían ir como sigue: nos volveremos locos buscando el origen del problema; haremos búsquedas en internet para ver cómo lo han resuelto otros desafortunados; perderemos el tiempo en sitios web que harán que nos sintamos más confundidos; iremos a comprar lo que necesitemos y el precio que marca la etiqueta nos hará dudar: ¿es el correcto o un error de impresión? (spoiler: es correcto); y por último tendremos que dedicar nuestras horas libres a reparaciones.

Un plan redondo.

Un armador está continuamente pensando en su barco

El caso es que ignorar los problemas no suele ser una opción, en especial si estamos de viaje. Cuando andemos perdidos por ahí puede que no haya nadie para ayudarnos, y ante cualquier imprevisto tendremos que sacar la castañas del fuego nosotros mismos. En consecuencia, como armadores más nos conviene defendernos con la mecánica, electricidad o fontanería, lo que significa dedicar tiempo y energía a adquirir unas habilidades que quizá todavía no tengamos.

Después de comprar un barco, digamos adiós al resto de nuestras ocupaciones, por no hablar de la relación con nuestros seres queridos, que quizá no entiendan por qué preferimos pasar el tiempo con nuestro nuevo juguete. | Fotografía: Jack Delano, vía Flickr

Estrés

Un armador está continuamente pensando en su barco, en las cosas que tiene que hacer en él o en las que le pueden pasar. ¿Se anuncia temporal? Te preocupas. ¿Hace tiempo que no lo ves? Te preguntas cómo le irá la vida. ¿Te cuentan que han robado en un barco vecino? Te sobresaltas y corres a ver el tuyo.

Un barco ocupa tu mente.

Relaciones de pareja

¿Estamos pensando en comprar un barco para irnos a vivir con nuestra pareja? Pues debemos tener en cuenta que cuando vives en un espacio tan pequeño todo se magnifica, de modo que si nuestra relación arrastra problemas, estos pueden salirse de madre y hacerse insoportables. Por eso mismo, es importante que los dos estemos seguros de querer este tipo de vida y que nadie empuje al otro a una aventura para la que no está hecho. Cuando esto sucede, más de un barco termina a la venta o alguien acaba convertido en un navegante solitario sin habérselo propuesto.

navegar es el arte de empaparse, enfermar y avanzar lentamente a un gran coste

Dinero

Si tener un coche nos parece caro, comparado con un barco es barato. En un barco siempre hay algo que arreglar, siempre hay algo que atender.

Podemos hacer los presupuestos que queramos, pero al final nos daremos cuenta de que quizá no tenemos el dinero suficiente para enfrentarnos a todo, porque las grandes intervenciones, como cambiar el motor o la jarcia firme, son carísimas. Además, hay accidentes: una vela se va volando y no la podemos recuperar; golpeamos contra el fondo y se dobla la hélice… lo que se nos ocurra. Estas cosas suceden cuando menos te las esperas, y el presupuesto que tan metódicamente habíamos preparado puede quedar en una broma de mal gusto.

Como dice el chiste, navegar es el arte de empaparse, enfermar y avanzar lentamente a un gran coste.

Y ya pensado como inversión, comprar un barco es de las peores ideas que se nos pueden pasar por la cabeza: una embarcación nueva se deprecia rápidamente, hasta un 40% los primeros cinco años. Además, cuando nos la queramos sacar de encima, estaremos en muy mala posición para negociar una venta, y el comprador lo tendrá bastante fácil para apretarnos las tuercas.

Comprar un barco quizá no sea el mejor modo de invertir en nuestra calidad de vida

Uso real

Un barco, en especial un velero, es un medio de transporte lento. En salidas de un día o de fin de semana no nos llevará muy lejos, por lo que terminaremos yendo a los mismos sitios una y otra vez. Esto significa que en no mucho tiempo habremos hecho y visto todo lo que estaba a nuestro alcance. Si la idea más o menos confesa que nos impulsó a comprar fue el sueño de «viajar y descubrir tierras lejanas», habremos errado el tiro por mucho.

También puede ocurrir que a nuestra pareja o nuestros hijos no les guste navegar o se acaben desinteresando, y terminemos por sacar muy poco partido a nuestro barco. Resultado: mal sabor de boca y sentimiento de culpabilidad por el dinero gastado. En este sentido, ¿cuántas cenas, entradas a conciertos o salidas de fin de semana podríamos permitirnos al año con el dinero que cuesta mantener un barco? Convertirnos en armadores quizá no sea el mejor modo de invertir en nuestra calidad de vida.

Por último, habrá ocasiones en las que nos gustaría hacer un viaje adonde sea, pero como tendremos en mente lo que nos está costando nuestro capricho, dejaremos de hacer lo que de verdad nos apetecía y saldremos a navegar para justificarnos ante nosotros mismos.

Al final, con perdón, se nos puede quedar cara de tontos

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